La vida es una oportunidad, APROVÉCHALA... La vida es belleza, ADMÍRALA

Teresa de Calcuta

La vida es un sueño, HAZLO REALIDAD... La vida es un reto, AFRÓNTALO

Teresa de Calcuta

La vida es tristeza, SUPÉRALA... La vida es amor, GÓZALO

Teresa de Calcuta

La vida es una tragedia, DOMÍNALA... La vida es un misterio, DESCÚBRELO

Teresa de Calcuta

La vida es aventura, VÍVELA... La vida es felicidad, MERÉCELA

Teresa de Calcuta

Redes...

“El amor”: Carta de Albert Einstein a su hija

Albert Einstein junto a su hija.

A finales de los años 80, Lieserl, la hija del célebre genio, donó 1.400 cartas escritas por Einstein a la Universidad Hebrea, con la orden de no hacer público su contenido hasta dos décadas después de su muerte. 

Esta es una de esas cartas:

“Cuando propuse la teoría de la relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad también chocará con la incomprensión y los perjuicios del mundo.

Te pido aun así, que la custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que te explico a continuación.

Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el AMOR.

Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas.

El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor.

Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo.

Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E=mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.

Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta.

Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada.

Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida.

Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta!”.

Tu padre: Albert Einstein”.




La bebida de la hospitalidad


Querida Meryem

Ahora que te has acostumbrado al té moruno, me gustaría contarte algo sobre esta “bebida de la hospitalidad” que tan buenos recuerdos me trae de Marruecos. Aunque, como buen “caballa”, ya la conocía desde muy joven. No obstante, fue en Marruecos donde esta bebida me ganó el corazón a través del gusto. Supongo que también ayudó la manera de beberla, en aquel contexto, donde la prisa era una extraña que no era bienvenida a casi ningún sitio. Ten en cuenta que mis recuerdos son de hace 30 años. No sé cómo son las cosas allí ahora mismo. Por aquél entonces, el tiempo corría más despacio; la mirada se posaba con calma en el rostro del amigo, o en el devenir de la vida cotidiana; y el gesto de coger el vaso y beber, parecía más un rito que un movimiento mecánico.

Originario de Marruecos, está extendido por todo el Magreb. Se consume a lo largo de todo el día y es la bebida que se ofrece habitualmente al invitado como muestra de hospitalidad.

A pesar de su importancia social en el Magreb, donde se ha convertido en la bebida tradicional por excelencia, el té con hierbabuena tiene una historia bastante reciente. Sus orígenes se remontan al siglo XIX, cuando el té llega a Marruecos introducido por los británicos, que buscaban nuevos mercados para este producto, cultivado en su colonia de la India. El producto tuvo buena acogida entre los marroquíes, que lo mezclaron con sus infusiones tradicionales de hierbabuena.

También te sorprenderá saber que el té verde, el más utilizado para preparar el té moruno, no se cultiva en Marruecos sino en las montañas cercanas a Shanghai y en la provincia china de Zhejiang. En realidad, en Marruecos no se cultiva té, al menos en cantidades comerciales.

Pero lo realmente fascinante es el ritual de su preparación y su manera de servirlo (que no tiene nada que ver con lo que me has visto hacer tantas veces).

Según la tradición (aunque esto depende del lugar) se utilizan dos teteras: la primera suele ser de una calidad inferior y es usada solamente durante la preparación; la segunda es más vistosa y de mejor calidad. Esta es la que se utiliza para servir a los invitados.

Una vez preparado el té hay varias maneras de servirlo: en algunos sitios se llenan los vasos de té y se vuelven a introducir en la tetera para luego servirlos de nuevo; en otros lugares se hace lo mismo pero sólo con el primer vaso.

Otro dato llamativo del ritual es que la espuma forma parte importante del té moruno ya que se considera símbolo de buena fortuna. Para conseguirla, el té se debe servir desde la altura, es decir que se sirve estirando el abrazo y generando distancia desde la tetera hasta la taza.

La tradiciones, en el modo de servirlo, que te he explicado hasta ahora, pueden tener su origen en que como el té no se remueve con una cuchara, para diluir mejor el azúcar se escancia desde cierta altura, de modo que forma una ligera espuma, luego vuelven a verterlo en la tetera, y así varias veces hasta que consideran que está bien mezclado. Al parecer es una forma de que el té se oxigene, potenciando su sabor. El sabor y el aspecto del té van cambiando según se va sirviendo. Los primeros vasos son más amargos y en los últimos se aprecia más el azúcar que ha quedado en el fondo de la tetera.

Pero aquí no queda todo. Según una tradición muy extendida, el té se sirve en tres momentos (vamos que te tomaras tres vasitos de té) con la siguiente leyenda de los bereberes:

El primer te es amargo, como la vida.

El segundo es fuerte, como el amor.

El tercero es dulce como la muerte.

Este paulatino cambio en el sabor se produce porque el azúcar se añade al principio de la elaboración del té y no en cada vaso, como suele ser habitual en otros tés. Por lo tanto a medida que se sirve de la tetera, más se aprecia el azúcar que se precipita al fondo. Un ejemplo más de cómo un elemento cultural sencillo puede llegar a reflejar toda una filosofía de vida.

Eso sí, llegados a este momento, te aconsejo coger el vaso al estilo moruno: con el dedo corazón en el “culo” del vaso y el pulgar en el borde, para no quemarse.

También te recomiendo tomar el té con alguna pasta de la región. La repostería marroquí es… ¿cómo lo diría?...

¡Increíble!

Aunque yo prefiero la chuparquía, también llamada chebbakia. Dulce marroquí tradicional durante el mes del Ramadán, hecho de masa con almendras, que se fríe en aceite y luego se impregna de miel y semillas de sésamo.

Salud.


Nota: En caso de diabetes, se puede sustituir el azúcar por edulcorante. Respecto a la chuparquia... "no se lo digas a mamá". 

Adiós querido Antonio Recuero Prieto (27 feb. 2021)


Adiós querido cantautor de la rúa de Vilar de Santiago de Compostela. ¿Cuántas veces hemos cantado bajo los arcos empedrados de tu calle? ¿Cuántas veces me sonreíste cuando yo pasaba con prisa? Y con la complicidad propia de los amigos empezabas a cantar “Soledad”: la canción que te cedí para tu primer disco. Lo sabías… sabías que entonces ya no podía seguir adelante. Sabías que lo dejaría todo para sentarme a tu lado, y cantar juntos aquella declaración de intenciones de nuestras almas, que al unísono daban vida a esos versos tan nuestros.

Ha sido Tere quién me ha comunicado tu partida: aquella chiquilla de lágrima fácil que vimos crecer entre canciones y cafés. Ahora es una mujer fuerte, de sonrisa amplia y profunda.

Hoy, maldita sea, la rúa de Vilar ha perdido parte de su alma. Hoy, los versos que escribí al partir de aquella tierra, dejando amigos de por medio, me resultan más amargos: “Ya llegaron los fríos a esta tierra de lluvia y piedra, de suelo verde y techo sombrío. Ya llegó el tiempo de los amigos, de tomar un café como excusa para encontrarse y compartirse…”. ¡Joder Antonio, nos quedaron demasiados cafés pendientes!

Aquí me quedo sin ti, con una guitarra que hoy llora tu partida de la manera más cruel: en silencio. Con dos reproches pendientes, ya sabes, cosas de amigos. Con tres canciones nuevas por compartirte. Con cuatro abrazos naufragando antes de llegar a tu orilla. Con cinco versos al aire, pendientes de que les pongas acordes. Con mil gracias contenidos.

¡Joder... Antonio, esto no se hace!  ¿Qué hago ahora con el reencuentro prometido? ¿Con las cervezas pendientes en los bares, donde dabas banda sonora a la fiesta de los encuentros? ¿Qué hago con esta pandemia de mierda que me ha quitado un amigo?...

Cántame “Soledad” otra vez, para navegar la pena.

Te la regalo una vez más para que hagas del final un principio:

“Alborada de un nuevo destino,

entre el cielo y la tierra

un cruce de caminos,

una llama al viento que tiembla de sed

pasión y pensamiento.

 

Una hoja de otoño que aprendió a morir,

y el llanto de un niño que empieza a vivir;

es como el agua del río que va a parar al mar.


Soledad...

rosa de cristal que rompió al caer

música callada

lágrimas marchitas de felicidad.”


Un puñado de aire fresco en nuestro interior


“La mirada de un niño nunca engaña: sus ojos son dos ventanas abiertas al mundo todavía no distorsionado por el pincel caprichoso de ese mal pintor que es el tiempo y el cincel oxidado de esa escultora mediocre que es la experiencia.”  (La grandeza de las cosas sin nombre. Enrique Arce)

¿En qué momento perdemos esa mirada veraz? ¿Cómo aprendemos a responder sobre quienes somos mediante una comparación cruel con los demás?... porque somos muy crueles con nosotros mismos. ¿Cuándo empezamos a dejar, en manos de los demás, la tarea de ser quienes somos, en medio de errores y aciertos, de sombras y luces? Reconozcámoslo, le damos a los demás demasiado poder sobre nuestras vidas: cuando encallamos sin sus aprobaciones; cuando sentimos que baja nuestra marea ante cualquier revés o conflicto; cuando no alcanzamos unas expectativas ajenas que nos lastran la libertad; cuando hemos asumido con resignación que es legítima la defensa: “es que yo soy como soy”, como si ese principio no fuese válido para ambas partes. ¿Cuándo hemos aprendido a huir de la soledad por temor a estar a solas o porque pensamos que ella, la soledad, no es ese espacio profundo donde el encuentro con uno mismo favorece la relación con los demás y propicia, incluso, la experiencia de Dios?... ¡Qué va! ¡Todo lo contrario! Huimos de la soledad porque, en el fondo, no nos gustamos. No nos aceptamos. No nos perdonamos. En definitiva: no nos queremos. Y por tanto, ese encuentro lo presuponemos amargo.

Lo que hemos vivido desde niños, no solo ha ido cambiando nuestra mirada: nos ha ido configurando silenciosamente. También nos han ido tallando las decisiones que hemos ido tomando (las que tomamos a cada instante). Pero esto, que nos condiciona, no nos determina. 

La vida se confabula con nosotros más de lo que podemos percibir: una lectura en el momento adecuado, el gesto de un amigo, un acontecimiento repentino (bueno o malo), una situación de crisis, un gesto de cariño (sobre todo cuando no nos sentimos dignos de él), un momento de oración profunda… Y de pronto sentimos una ráfaga de aire fresco en nuestro interior que hace revolotear, como hojas al viento, nuestras sombras, cansancios y sueños arrinconados. Esto no sana heridas, al menos no las hace desaparecer de un plumazo. Tampoco aligera el equipaje que llevamos a cuestas. Pero nos hace sentir, por un momento, dignos: de amor y respeto, de perdón y comprensión, de apoyo y consuelo, incluso de llorar libremente para dejarnos desbordar por cansancios acumulados. Puede que no sepamos definir bien si esta experiencia es así. Pero esa ráfaga de aire fresco en nuestro interior aporta frescor a nuestra mirada y nos recorre, entre silencios elocuentes, para recordarnos que somos “tesoros en vasijas de barro”. 

Puede que no merezcamos nada o puede que sí, aunque la cuestión es en realidad: que somos dignos de amor y libertad, lo merezcamos o no.

En esto estamos todos implicados pues:

           somos barro,

  estamos hechos del mismo barro…

somos tesoros en vasijas de barro.

      

La leyenda de Melchor, el primero de los tres reyes magos


Existe una leyenda muy antigua sobre los tres Reyes Magos que viajaron a Belén para conocer al recién nacido niños Jesús. Y no me refiero a la historia que todos conocemos.

Dice esta leyenda que los únicos que pensaban partir eran Gaspar y Baltasar, y que Melchor no formaría parte de tan peculiar expedición.

¿Queréis saber por qué?

Estos tres sabios de oriente eran muy amigos, y aficionados a interpretar el mensaje de las estrellas junto a profecías muy antiguas. Una noche se dieron cuenta que había una estrella peculiar en el firmamento. Destacaba sobre todas las demás. Así que buscaron entre los pergaminos antiguos aquella profecía sobre el nacimiento de un gran rey que haría grandes proezas. Y llegaron a la conclusión, con enorme asombro, que la noche estaba próxima. Así que empezaron a preparar todo lo necesario para emprender el viaje. Tardaron un día entero en preparar todo. Cada uno decidió llevar un regalo: Melchor llevaría mirra, Gaspar un poco de incienso y Baltasar algo de oro. Aunque, como hemos dicho, todo hacía indicar que Melchor no iría.

Al llegar el día de la partida Melchor estaba muy serio.

  • ¿Qué te pasa? Le preguntaron sus amigos.
  • Creo que todo esto es una locura. Una cosa es leer las estrellas, y buscar entre las leyendas significados ocultos, y otra muy distinta es salir a la aventura sin saber muy bien si todo esto es cierto o es una locura nuestra. ¡Somos hombres de ciencia!

Sus amigos se entristecieron porque creían que Melchor compartía el mismo entusiasmo que ellos. Aunque reconocían que algo de razón tenía. Así que le dijeron:

  • No nos precipitemos. El día de hoy lo ocuparemos a guardar silencio para escuchar a nuestro corazón, y descubrir qué deseamos de verdad. Mañana tomaremos una decisión.

Y así hicieron.

Melchor se acostó un poco inquieto. No paraba de dar vueltas en la cama hasta que quedó profundamente dormido. Esa noche los ángeles de las revelaciones le concedieron tres sueños.

Primer sueño. 

Melchor no sabía cómo había llegado a Belén, no recordaba nada del viaje. Pero allí estaba, adorando al niño Jesús. No veía a sus amigos. El lugar era muy pobre y sucio, y el niño estaba tumbado en un pesebre lleno de pajas. Unos cuantos pastores eran testigos de todo aquello. No había matrona, ni familiares, ni amigos de la familia. Estaba claro que eran extranjeros y pobres.

Parpadeó, porque le picaban los ojos, y de pronto vio a Jesús niño correteando detrás de un pajarillo.

¿Qué estaba pasando? Se preguntó

Volvió a parpadear y tuvo que acostumbrar la vista a la penumbra. Cuando se adaptó a la luz tenue, pudo ver a Jesús leyendo la Torá en la sinagoga.

Volvió a cerrar los ojos y esta vez los abrió despacio, pues ya sabía que todo a su alrededor cambiaría. Efectivamente había sido así. Jesús ya era un joven alto y seguro. Hablaba con seguridad y lo que decía transmitía esperanza y alegraba al corazón. Pero seguía siendo pobre y se rodeaba de gente pobre. La gente se agolpaba a su alrededor, y unos amigos suyos repartían panes y peces entre el gentío.

Cerró los ojos para pensar: este no es el Rey de las profecías. El que liberará a su pueblo. Y con esta idea en la cabeza despertó algo nervioso.

Todo había sido un sueño. Pero aquel sueño reforzaba sus ideas. Aquel niño que nacería en Belén no sería el rey de reyes que todos esperaban.

Se levantó y bebió agua. Se quitó el pijama, y se vistió para contar a sus amigos el extraño sueño que había tenido. Pero en la casa no había nadie. Estaba solo. Miró fuera y más de lo mismo.

  • Mis amigos se han marchado sin esperarme y se han llevado prestado mi camello. Dijo en voz alta.
  • ¿Por qué no me han esperado?
  • Bueno, da igual. De todas maneras no hubiera ido. Además, saben que pueden llevarse mi camello sin mi permiso pues confío mucho en ellos.

El día se le hizo muy largo. No estaba acostumbrado a estar solo y tenía muchas ganas de ver las estrellas por la noche. Sobre todo quería saber si la extraña estrella seguía allí. Llegó la noche y la estrella no estaba.

¿Se habrá desplazado y por eso mis amigos han salido a todo correr detrás de ella para seguirla?

Cómo les dije que no quería ir, no habrán querido despertarme. 

Lo cierto es que estaba muy cansado. Así que se acostó pronto.

Pasado un buen rato se despertó sobresaltado, pues alguien en la habitación le había llamado por su nombre:

  • Melchor… Melchor… ¡despierta!

Encendió una pequeña lamparilla de barro que había en una mesita, junto a la cama. La cogió con la mano y apuntó, algo confuso, hacia donde había escuchado la voz. Se quedó boquiabierto cuando vio que se trataba de un niño. Pero no era un niño cualquiera. Era él de pequeño. Se reconoció en seguida. No sabía qué decir.

  • Hola… Dijo por fin.
  • Hola Melchor. Dijo el pequeño. Necesito que me acompañes fuera. No temas. Quiero que descubras una cosa.

Al salir de su casa se llevó una sorpresa al ver que donde antes había un gran pozo ahora se encontraba el pesebre que había visto en el sueño de la noche anterior. Pero esta vez no había nadie. Solo estaba el pesebre.

  • Anoche soñé que en un lugar exacto a este nacía un tal Jesús. Yo, como mis amigos, pensaba que sería el Rey que anunciaban las profecías. Pero durante el sueño vi como solo era un pobre más. Era bueno y se portaba muy bien con la gente. Les cuidaba y les transmitía esperanza con lo que decía. Pero nos les sacaba de su pobreza, ni tenía poder alguno, ni mucho menos un ejército propio de un rey.
  • ¿Dónde están tus amigos? Dijo el niño.
  • Partieron ya hacia Belén. Allí descubrirán que yo tenía razón

El niño sonrió.

  • ¿Crees en los sueños? Le dijo.
  • Si, respondió Melchor.
  • Pero tú eres un hombre de ciencia.
  • Bueno, no todo se explica con la ciencia.
  • ¡Ajá! Eso es lo que quiero que aprendas. Dijo el pequeño Melchor.

Quiero que hagas una cosa por mí. Túmbate en la arena de este hermoso desierto y mira al cielo.  Olvídate durante un momento de todo lo que sabes sobres las estrellas, las constelaciones y todo lo que crees saber sobre los astros del cielo. Simplemente contempla sin pensar.

Melchor miró las estrellas, por primera vez en mucho tiempo, como cuando era niño. Se quedó maravillado ante el espectáculo increíble de ver el cielo estrellado en medio del desierto. Volvió a sentirse feliz ante ese espectáculo. Era algo que había olvidado.

El pequeño Melchor lo sacó de su asombro al cogerle de la mano.

  • Ven. Volvamos al pesebre.

Al volver, Melchor no podía creer lo que estaba viendo. Ahora la escena era exactamente igual que la que había visto durante el sueño del día anterior. Allí estaban José y María, al rededor del niño que estaba en un pesebre. Había algún animal y algunos pastores. Probó a parpadear para ver si todo cambiaba. Pero esta vez no sucedió nada. Todo seguía allí.

Mientras pensaba que todo aquello volvía a ser un sueño, vio como a lo lejos venían tres extranjeros en camello acompañados de sus pajes. No podía creer lo que veía esta vez. Eran sus amigos y el llegando al pesebre. Bajaron de los camellos, y arrodillándose con solemnidad frente al recién nacido, le hicieron regalos propios de un rey: incienso, oro y mirra.

El niño se acercó con cuidado a Melchor y le susurró al oído:

  • ¿Qué estás sintiendo al mirar al niño, ahí de rodillas? No quiero saber qué piensas sino que estás sintiendo.

Melchor, con un hilo de voz, dijo bajito:

  • Cuando he mirado a los ojos al niño, por un momento, sentí dentro de mi pecho la noche que hemos visto antes, con todas las estrellas latiendo al ritmo de mi corazón. Sentí también todo el peso de la noche dentro de mí y a su vez todas las constelaciones más lejanas. Ha sido… No supo encontrar las palabras.
  • Ves, le dijo el niño a Melchor. Ahora has mirado con el corazón y no con la razón.
  • ¿Le diste tu regalo?
  • Sí.
  • Bien.
  • ¿Crees que él es el Rey que esperabais.
  • Creo que después de esta noche ya no tendré tan claro qué es un verdadero rey. Pero sentí que mi corazón era todo suyo.
  • ¡Ajá! Dijo el pequeño Melchor, mientras daba un chasquido con los dedos.

De pronto Melchor despertó. Se sentó en el borde de la cama y sintió que esta vez no estaba sobresaltado. Estaba tranquilo.

  • Creo que he entendido: la ciencia no lo puede explicar todo. Las apariencias a veces son engañosas y hay que aprender a ver también con el corazón.

Durante el día estuvo muy pensativo. Esta vez no le incomodó la soledad ni el silencio. Los sueños parecían tan reales que no acertaba a diferenciar cuando estaba soñando y cuando estaba despierto. ¿Estaría soñando ahora que estaba despierto? No se paró muncho en ese pensamiento. Lo único que lamentó fue no tener su camello para salir corriendo y contarle a sus amigos los sueños que había tenido.

Llegó la noche y se acostó.

El ángel de “la voz de los sueños” le susurró al oído que se levantara. Melchor se levantó y dijo: ¿dónde está aquel que me ha despertado y me ha llamado por mi nombre?

El ángel le respondió: no puedes verme porque soy el ángel de “la voz de los sueños”. Pero no te preocupes. Si observas bien verás una tenue luz cuando hablo, ese es mi aliento angelical. Así sabrás dónde estoy en todo momento.

Ya has visto lo que tenías que ver para entender la noche de Belén, yo solo vengo a hacerte una promesa: la noche del nacimiento de Jesús, y vuestro encuentro con él, se recordará durante siglos y siglos. Una noche se hará memoria del nacimiento del niño Dios, y poco después se celebrará la noche de los Reyes Magos, en memoria vuestra. Este es el regalo que os hace Dios por haber celebrado su nacimiento con vuestros mejores presentes. Vosotros no seréis inmortales, lo será vuestro acto de fe y amor.  Por ello, de generación en generación, reyes de todo el mundo os representarán para recordar el acontecimiento único del nacimiento de Dios. Los niños vivirán la noche de Belén con la fe que se transmitirá, de abuelos a padres y de padres a hijos, y así sucesivamente. Y la noche de los “Reyes Magos” experimentarán la alegría del niño Jesús ante los regalos. En cada regalo que se haga, por grande o pequeño que éste sea, generoso o simple, nuevo o no, Dios quiere decirle a los niños que ellos son muy importantes para él. Más aún, cada niño es como un regalo para Dios. A los papás se les permitirá vivir esos días la grandeza de ser padres, y a los abuelos la de ser abuelos.

Dice la leyenda que el Rey Melchor susurró con emoción contenida: ¿de verdad será siempre así?

Y el ángel le respondió: será así hasta que cada niño y niña del planeta pueda vivir esta dicha. La Navidad será un compromiso de la humanidad para con los niños.

También quiero que sepas que hay regalos increíbles: lapiceros, libros, escuelas, hospitales, capillitas, vacunas… porque transmiten esperanza y sueños de un futuro mejor. Tranquilo, cuando el niño Jesús crezca enviará a sus amigos a repartir estos otros “regalos”. Pero esta es otra historia que no puede ser contada ahora. También se narrará, de generación en generación, a través de la vida de hombres y mujeres que se conocerán como misioneros.

Al escuchar la última palabra: misioneros, los ojos empezaron a pesarle y cayó en un profundo sueño.

Al despertar comprobó que sus dos amigos estaban en casa. Nunca se habían marchado, y se dio cuenta que sus tres sueños transcurrieron durante la misma noche.

Despertó a sus tres amigos y les contó todo lo sucedido durante los sueños. Sabía que no estaba loco. Ni mucho menos. Sus tres amigos se alegraron de que Dios hubiera visitado a Melchor entre sueños. Cogieron todas las cosas para el viaje y marcharon hacia Belén. Melchor estaba tan contento que se puso el primero para encabezar la caravana.

Hay otras muchas leyendas. Pero yo os he contado esta.

La Navidad momentos antes de serlo.


María estaba a punto de ser madre. Era primeriza pero sabía que el momento había llegado.

  • José, querido, sé que estás tan nervioso como yo pero tienes que dejarme a solas, ha llegado el momento. Todo irá bien. Sabemos de quién nos hemos fiado.
  • Pero… María… (apenas le salía un hilo de voz a José) Estamos muy lejos de casa y no hay familiares ni partera para acompañarte. Además, mira lo sucio que está todo por los animales. Hace frío, y…

José prefirió callar y hacer caso a María, mientras rezaba al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Su rezo, como en un salmo, salía de lo más profundo de sus entrañas. Sabía que, como le recordó María, debía confiar en el Dios que les había hablado a ellos: un pobre carpintero y la joven María. Pero no entendía del todo cómo el futuro Salvador de su pueblo, el esperado Rey de Reyes, podía nacer en esas condiciones tan miserables y duras. ¿Y si algo salía mal? ¿Acudiría Dios a salvar a su amada María y al niño?

José cerró los ojos y pidió perdón por dudar. Luego, como ya había anochecido, aunque sabía que pasaría la noche en vela, rezó el Shemá, con las palabras de la Torá, para antes de dormir, como buen judío justo y cumplidor de la ley:

“Bendito eres Tú, Hashem, Dios nuestro, Rey del universo, que haces caer el peso del sueño sobre mis ojos y la somnolencia sobre mis párpados. Que sea Tu voluntad, Hashem, mi Dios y Dios de mis antepasados, que me acueste en paz y que me levante en paz. Que mis ideas, sueños negativos y malos pensamientos no me confundan, que mi descendencia sea perfecta ante Ti e ilumines mis ojos para que no muera durante el sueño. Porque Tú eres quien ilumina la pupila del ojo. Bendito eres Tú, Hashem, que ilumina al mundo entero con Su gloria”

Los gritos de María rompieron su oración. Ya había escuchado antes el canto desgarrador del alumbramiento, y recordó las palabras del Génesis que los ancianos rumiaban en estos momentos: “'Multiplicaré tus dolores en el parto, y darás a luz a tus hijos con dolor”. Pero esto tampoco le tranquilizaba.

Miró hacia el cielo desconsolado, en busca de alguna señal que iluminase la noche que se ensanchaba en su pecho. Pero no halló ningún signo particular, a excepción de una estrella que parecía brillar más que las otras. Nada hacía pensar que allí se estaba produciendo un acontecimiento único y extraordinario: el nacimiento del Hijo de Dios.

Después de unas horas de agonía sobrevino un silencio tan profundo y ancho como el que se produce en pleno desierto. Y unos instantes después, que a José se le hicieron eternos, acarició todo su ser el llanto de un niño. Sabía que era niño, no porque como buen judío deseara que fuera así, sino porque el ángel Gabriel se lo anunció en sueños.

Salió corriendo, entre tropiezos, con el corazón golpeando su pecho como si quisiera salir. Y allí estaba María limpiando a la criatura. Era tan pequeño y frágil.

José calló de rodillas ante María y lloró de emoción al verla sana. Se la veía muy cansada, con el rostro muy blanquecino. Los pómulos sonrojados de María, por el esfuerzo, se le antojaron a José los más hermosos del mundo. Y el pequeño recién nacido era perfecto. La creación más maravillosa que había visto nunca.

Algún día se perdonaría haber alejado a María de su casa, por culpa de un inoportuno censo, ordenado por el Emperador César Augusto, y haberla hecho recorrer tantos quilómetros en un pequeño burro, mientras sufría dolores de embarazada.

La noche quedó en calma. Todo había salido bien. Pero todo era tal como debía ser para una familia pobre.

A lo lejos, un grupo de pastores se encaminaba al establo, y cuando el más adelantado se acercó al pesebre, José le dijo:

  • Perdonad, supongo que el pesebre es de vuestro señor y aunque él nos ha dejado pasar la noche aquí, querréis poner a los animales a resguardo. Pero…

El pastor le interrumpió:

  • No, nada de eso. Nosotros estábamos durmiendo al raso y un Ángel nos despertó  diciéndonos: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Al principio estábamos asustados y no sabíamos qué hacer. Pero decidimos venir a ver si era cierto y…

Y ya conocemos todo lo demás.

Lo que no conocemos es qué sucedió desde que el ángel Gabriel los visitara en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, para anunciarles que María sería la madre del Altísimo, hasta aquella noche en Belén. Lo único extraordinario, aparte de lo que vivieron, fue la noticia dada a María sobre su pariente Isabel que había concebido un hijo a la vejez. Cosa que confirmó María en una visita que hizo a Isabel.

Lo único que podemos presuponer es que ese vacío, sobre la vida de José y María antes de la noche en Belén, transcurrió sin que ningún otro acontecimiento fuera digno de ser recordado. Por tanto tuvieron una vida normal, marcada por lo cotidiano para una familia de aquel entonces.

La vida en Dios, y desde Dios, tiene que ver más con lo cotidiano que con los grandes acontecimientos. Más aún, la noche de Belén, nos muestra como Dios irrumpe en nuestra historia desde dónde no lo esperamos, incluso desde aquellas realidades que aborrecemos: el desamparo, la inseguridad, la pobreza, el temor, el conflicto, la duda… Aquella noche representa nuestra noche interior, nuestra sensación de intemperie y pobreza personal ante tantas circunstancias. Somos, en muchas ocasiones, como ese pesebre, indignos para ser morada de Dios a causa de nuestras miserias. Pero, al igual que sucedió aquella noche, Dios prefiere mostrar su fuerza en la debilidad, su grandeza en la pequeñez, su riqueza en la pobreza… para hacer de nuestras historias personales y comunitarias Historia de Salvación, con todo lo que en ellas hay. Todo… Ninguna herida, dolor, sombra... por grande o profunda que sea, queda fuera de esta redención.

Esto que se vive en Belén es la antesala de lo que ocurrirá en la Resurrección.

Hay una lectura preciosa en la que Tomás, ante la afirmación de sus amigos de haber visto al Señor vivo, después de haber sido crucificado, les dice: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Normalmente, con este texto, se nos predica sobre la falta de fe. Pero se suele pasar por alto algo increíblemente hermoso: si los apóstoles –sobre todo Tomás- pueden reconocer al Resucitado es porque éste no es “otro” diferente al crucificado. Me refiero a que lleva en su cuerpo las heridas. La resurrección no elimina las heridas, sino que les da un sentido nuevo. Y aquello que es signo de muerte se torna en signo de vida. Aquello que nos hizo sufrir en su día, se convierte hoy, en surcos que se hunden en nuestra humanidad herida para acoger semillas nuevas. 

¡Bendita noche cuyas sombras acentuaron la luz!