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Ya no soy joven...


De joven aborrecía las manos limpias
de quien no las hundía en la vida.
No entendía a quien era esquivo
ante compromisos que se mostraban ineludibles.
Me desconcertaba la tibieza, la oración desencarnada,
el compromiso que aportaba intereses propios.

De joven yo era como los jóvenes,
intransigente e idealista.
Hay que serlo para alcanzar la orilla del otro
desnudo de prejuicios y exigencias.
Hace falta tener las alforjas llenas
para vaciarlas por el camino.

Ya no soy joven, ni aspiro a cambiarlo todo.
Ya no soy joven, ni deseo un mundo perfecto.
Ya no soy joven, ni juzgo para ser coherente.

Ya no soy mirada que escruta,
sino que se pregunta.
Ya no soy manos que se afanan sin descanso,
sino que palpan y acogen.
Ya no soy deseo y anhelo,
sino presencia y compañía.
Ya no soy  voz en el desierto,
sino soledad que comparte camino.

Ahora es tiempo de coger el arado, como siempre,
para abrir surcos que acojan semillas nuevas.

Es tiempo de ser testigo más que profeta,
de ser amante más que poeta,
de ser “el otro”  al otro lado de la frontera,
de ser creyente de templo y patera,
de no mirar horizontes sin antes mirar al lado.

Es tiempo de no ganar, siquiera el cielo…
hay que perderlo todo para no perderlo.
Es tiempo de fe y misterio, de cruz y vida,
de esperanza en medio de la desesperanza,
de cambio en lo eterno… o no es tiempo de nada.

De joven huía de donde no había amor
sin saber que tenía que ponerlo.