Hoy,
miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma para los que somos cristianos… y no
he podido evitar hacerme las siguientes preguntas:
¿Amo
para llegar a Dios o porque he sido amado de tal manera que irremediablemente
no puedo hacer otra cosa?
¿La
penitencia es un trueque donde yo hago por ti y tú por mí (persona-Dios), o es
el reconocimiento personal y público de que no puedo ganarme el amor de un Dios
que desconcierta por la gratuidad de su amor?
¿Se
podría cambiar la ceniza por polvo de cemento y metal de las murallas que intentan
parar el paso de aquellos a quienes dejamos morir en nombre de una “justicia”
que vela por nuestros “intereses”? Por sal de mar tampoco me importaría...
¿Por
qué no cambiar el mensaje: “polvo eres y en polvo te convertirás”, por: “en
polvo te convertiste al pasar de largo cuando tuve hambre y no me diste de
comer, tuve sed y no me diste de beber, fui forastero y no me acogiste…”?
Abre la mirada… ¿no estás cansado, como yo, de tanto mirar sin ver?
Abre la mirada… ¿no estás cansado, como yo, de tanto mirar sin ver?
Puede
que vaya siendo hora de asumir que el pecado es una parte constitutiva de
nosotros y no hay manera posible de limpiarlo o desterrarlo. Probablemente
tomar conciencia de esto sea una de las principales condiciones para
relacionarnos con Dios. Si el pueblo de Dios en el desierto no hubiera tenido
conciencia clara de su esclavitud habrían rechazado la libertad que Dios les
ofrecía.
Tampoco
me imagino a Jesús de Nazaret diciéndole a Zaqueo: mira, cuando cambies un poco
entonces puede que te deje invitarme a cenar; o despachando al centurión
haciéndole entender que no puede curar a su siervo así sin más, sin pedir
perdón por nada, sin cuestionarse nada de su vida como soldado, sin ánimo
alguno de arrepentimiento o conversión. No me imagino tampoco el semblante de
los presentes cuando Jesús narró la parábola del padre del hijo pródigo, y no
quiero ni pensar en lo que tuvo que sentir el apóstol, autor del Evangelio,
cuando describió a Jesús en la cruz pidiéndole a su Padre que perdonara aquella
atrocidad porque no sabían lo que hacían.
En
cambio hubiera dado lo que fuera por presenciar la disputa entre Pablo y Pedro
sobre cómo se estaban impregnando las enseñanzas del “maestro” de mentalidad
judía: el cumplimiento de la ley, la justificación mediante el sacrificio,
formar parte de los escogidos…
Quiero
decir que si existiese un termómetro que reflejase mi acercamiento a Dios, la
medida no subiría por mis buenas y piadosas obras (pude que incluso bajase por
ellas), en todo caso subiría más cuanta más conciencia tuviera de mi
imposibilidad para ganarme el amor de Dios y descubrir que soy amado precisamente
por mi debilidad. En ese momento se produciría el cambio de la servidumbre al
amor. Amaría no para ganarme amor alguno, sino como consecuencia irremediable
de haber sido amado. Perdonaría, aceptaría, comprendería, acogería… todos los
“ías” serían posibles gracias a la gratuidad de un amor incomprensible que
justifica sin justificaciones.
Libertad,
responsabilidad de mis actos, consecuencia de mis acciones… Por supuesto, pero
sin convertir el amor de Dios en un trueque: “yo te doy tú me das”. El “cumplimiento
de lo establecido” no puede ser quien determine la presencia o la ausencia de
amor. No podemos decir que el amor de Dios es incondicional, pero depende de cómo
nos portemos…
¿Cómo
se juzgarán nuestras obras?... no tengo ni idea. Por la cuenta que me trae
espero que se nos juzgue desde el amor. Un amor tan incomprensible como el que
se manifestó en la cruz.
¿Existe
el infierno? Por supuesto, y está lleno de fronteras, poder y corrupción. Lo
hemos creado con nuestros miedos, intereses e indiferencias.
Dejemos
de mendigar amor por temor a perderlo y salgamos al encuentro de Dios como el
hijo pródigo. El cielo que espere… ya habrá tiempo para eso.
Ahora es
tiempo de CUARESMA…
de
coger el arado para abrir surcos que acojan semillas nuevas.
Tiempo
de ser testigo más que profeta,
de
ser amante más que poeta,
de
ser “el otro” al otro lado de la
frontera,
de
ser creyente de templo y patera,
de
no mirar horizontes sin antes mirar al lado.
Tiempo
de no ganar, siquiera el cielo…
hay
que perderlo todo para no perderlo.
Tiempo
de fe y misterio, de cruz y vida,
de
esperanza en medio de la desesperanza...
de
cambio en lo eterno o no es tiempo de nada.
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