Año tras año
la memoria se niega a
olvidar,
la vida se niega a olvidar,
el corazón se niega a
olvidar,
el alma se niega a olvidar
que somos pesebres
escogidos
por aquel que se hace
fuerte en la debilidad,
sabiduría en la necedad,
y luz en la noche.
¡Bendita memoria!…
que no claudica entre
tradiciones
que no son tradiciones,
que no naufraga ante la
embestida
de una pleamar de ausencias
entre regalos,
que asume como propia las
heridas ajenas,
los silencios sin orilla
y las soledades con
vocación de encuentro.
Y se derrama entre
hospitales
cebados de niños, jóvenes y
ancianos…
Y encuentra guarida y
cobijo
bajo la cama fría de los
bancos de las plazas…
Y se hace noche de Belén en
los cajeros
que vomitan papeles que
calientan las manos
y enfrían los corazones de
quienes no se quieren manchar
con quien dormita entre
cartones.
Y aunque perduran los
motivos para la esperanza,
a pesar de acumular tantas despedidas,
en estos días de memoria
encarnada
me flagelan las luces de
los escaparates
que anuncian lo que nadie
espera,
lo que nadie realmente
desea.
Y, mientras tanto,
veo a la miseria vestirse de luz
veo a la miseria vestirse de luz
y a la luz de miseria
mendigando una migaja de calor
mendigando una migaja de calor
a la espera de una moneda
con la que no poder comprar
nada
que quite el hambre de una
sonrisa
o de una mirada furtiva que
no finja interés…
Si… ¡bendita memoria!
y
¡maldita ceguera que lo vuelve todo del revés!
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